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RETERRITORIALIZACIÓN

 

LÍNEAS DE FUGA: ORIFICIOS

 

¡A la deriva! articula el proceso educativo de interconexión de un gran número de agentes artísticos, sociales y culturales, repartidos en múltiples espacios institucionales o autogestionados que desarrollan, a su vez, prácticas muy variadas desde la investigación, la formación, la creación colectiva y las acciones sobre el tejido cultural del territorio. Esta aproximación cuestiona las lógicas de los “sistemas autorreferentes” (Luhmann, 2000; en Parramon, 2018: 134), organizaciones como núcleos cerrados dentro de sus propios límites y que son definidas por su relación con otros sistemas de los cuales son interdependientes (Parramon, 2018). En este sentido, me acerco a generar lo colectivo, desterritorializar los territorios, reterritorializarlos desde las fronteras. Recorrer, entre parpadeos, lo andando, entre pausas, para conectarlo. Como ya se ha dicho, no podemos evadir las fronteras, anularlas, puesto que la misma concepción de su existencia implica tener una noción de límite interna y previa: “definir o identificar, en general, no es otra cosa que trazar una frontera […] la misma representación de la frontera es la precondición para cualquier definición” (Balibar, 2002: 76; en Mezzadra, 2017: 36).  Cabe situarse desde esos márgenes fronterizos, abrirlos y tornarlos en confines amplios desde los cuales construir colectivamente, imaginar el espacio como la producción de mundos diferentes. Las multiplicidades se definen por el afuera: por la línea abstracta, línea de fuga o de desterritorialización según la cual cambian de naturaleza al conectarse con otras. Sin olvidar la ética, no conquistar e imponer unos trazados como hicieron los movimientos colonizadores sino, por medio de la traducción, construir lo común.

 

           Esta iniciativa está mediada por la urgencia de transformación multidireccional de las instituciones de manera “transversal” y “extradisciplinaria” (Parramon, 2018:132). Pretende conectar actores y recursos del circuito artístico enlazándolos con otras disciplinas para moverse en sentidos de ida-vuelta, afectando y replanteando los fundamentos de las prácticas propias de cada territorio: pieldemuseo, CPJ i Roca Umbert. En busca de una especie de porosidad como la que describe Ramón Parramon; el hueco que afecte, infiltre, contagie, motive y haga desaprender a la institución para que no devenga un “espacio zombi” (2012:131), manteniéndose al borde de la muerte y dedicando sus pocos suspiros a la auto-conservación organizativa. Destaco que no soy alegremente una fan de los poros. Si bien pieldemuseo secreta sus flujos como una piel, es decir, externaliza, como ya hemos visto, por vías del capital y de la cultura, pero, a fin de cuentas, impide la transpiración. Y no me considero tampoco amante de la cualidad higroscópica de la madera, capaz de absorber el agua hasta el punto en que se satura y deja de filtrar ¡A la deriva! La intensidad emana de la palabra orificio, de su hueco. El orificio es multiplicidad, puede ser cualquier cosa, una línea de fuga, un vector, agentes de desterritorialización, rebrotar el rizoma. También, un movimiento de alcanzar el elemento no formado, desestratificado, en la frontera; una serie de rupturas que afectan al territorio (Deleuze y Guattari, 2004). Reterritorialización. Deleuze y Guattari afirman que “no hay necesidad de abandonar efectivamente el territorio para entrar en esa vía” (2004: 325), pues el territorio “no deja de estar recorrido por movimientos de desterritorialización […] en vías de pasar a otros agenciamientos, sin perjuicio de que el otro agenciamiento efectúe una reterritorialización” (2004: 327). Los ritornerlos marcan un territorio, lo agencian y, en la medida en que lo señalan, a su vez, pasan a “nuevos agenciamientos por desterritorialización-reterritorialización” (2004: 327). Aprovecho para situar los orificios respectivamente desde mi nomadología agujereada.

 

           Mi padre guarda el recuerdo de nuestro barrio, Ca n’anglada, de cuando era niño y lo describe como una meseta, rodeada de pendientes, dos rieras reseguidas por el terror de la riada del 62, que casi acaba con la vida de familiares. Del terreno agujereado al agujero social contemporáneo donde los orificios son demoliciones de bloques que permitan “oxigenar” las calles, donde los negocios locales permanecen cerrados mientras el capital inaugura las más grandes superficies de la ciudad. Donde, incluso ahora, la única calle comercial separa el sur, los hogares bajos de la anciana migración andaluza; del norte, bloques de pisos fabriles donde residen la mayor parte de la migración bereber. Un barrio minado de casas abandonadas, tapiadas, ocupadas, realquiladas. Un espacio fronterizo controlado sin duda por dispositivos específicos policiales, gestionado por servicios sociales específicos y descentralizados de la Administración municipal.

 

           Por otra parte, la historia del Museo nos remite al siglo XIX en que todas las naciones occidentales hacen proliferar la construcción de este tipo de espacios cívicos. Encargados de diseminar una cultura única a sus visitantes basada en una memoria histórica de nación, pretenden hacer de las ciudades “un lugar más civilizado, higiénico, moral y pacífico” (Duncan, 2007:96), marcadas por la supremacía blanca. Por ello que “controlar el museo signifique controlar una comunidad” (Duncan, 2007:24). Horadarlo, habitarlo, es la posibilidad de que la vivencia de estas comunidades entre, a través de sus orificios, desde otros ámbitos. Carol Duncan narra la evolución de los museos y, en especial, la aparición de los Departamentos de Educación ligados a mantener la apariencia de museo-democrático, una manera de hacer más creíble que son espacios públicos con subvenciones públicas y mirada integradora (2007). Rescato aquí el Espai educArt, señalado por el Departament d’Educació del MNAC, y la credencial de artista investigadora como mi vía de entrada, la posibilidad de pensar el espacio, una catapulta intensa a tantos otros lugares, un lugar de partida y de trazo de vectores dinámicos hacia otros territorios.

 

           Para el Centre Penitenciari de Joves, sin duda, el campo de voluntariado es el orificio que me corporiza en su interior, circulando para después, libremente, salir gracias a la relación cercana con Servei Civil Internacional de Catalunya. Balanceándome entre estos dos territorios, la Asociación y el Centre, perdiendo la noción de las posiciones de cada una, fluctuando. En sus momentos, haciendo seguimiento del workcamp con el CPJ, ocupando a veces el rol de la promotora que insiste y ayuda al coordinador a mantenerlo activo, recordando las entregas y otros documentos, estrechando un agradable contacto. A la vez, respondiendo a la asociación, planteando una nueva organización de actividades, buscando la cooperación de otros agentes locales, visitando Roca Umbert, promoviendo el voluntariado de larga duración en ¡A la deriva!

 

           Por último, el orificio estrecho dibujado con espátula de la Fàbrica de Creació son las prácticas y la relación con Sílvia, mi compañera de máster. La asistencia a los seminarios de la UB, las pausas en la primera planta del edifici Florensa juntas, un origen compartido en la misma ciudad de Terrassa, sus primeros días en Roca Umbert, mis miles de mails enviados sin respuesta, mi interés en conocer su actividad y colaborar con ellas, el intercambio de Whatsapps para que Sílvia les comentara la propuesta, mi intento de que llegara otro correo electrónico a través de una amiga que es técnica en el Ayuntamiento de Granollers a la Regidora de Cultura y propusieran un encuentro a la Fàbrica, la apreciación suscitada tras el diálogo de Sílvia y Laia de Roca Umbert. Finalmente, nuestra reunión.

 

           La reterritorialización común de los territorios que funcionaban palarelamente sin ser afectados, con puntuales contactos, supone sin duda un reto. En este sentido, cabe ser consciente de los límites regulatorios de lo que aquí expongo puesto que se trata de vincular a dos instituciones altamente autorreferenciales, según la descripción de Luhmann (2000; en Parramon, 2018), el Museo y el Centre Penitenciari. Si bien es cierto que Parramon augura la formación de nuevos espacios en tanto que “sistemas emergentes” (Johnson, 2003, en Parramon, 2018: 135), organizaciones espontáneas que se mueven en red y cuyas reglas evolucionan y se complejizan (Parramon, 2018), debemos mantener la calma y observar cómo este proceso de obertura extrainstitucional y extradisciplinaria pueda desplegarse como algo “emergente” en el tiempo. Reterritorializar para habitar diferente, partiendo de una propuesta concreta pero abierta, sujeta al devenir, a la articulación de los mecanismos de los estratos fronterizos de cada territorio. Imaginar colectivamente otras lógicas alternativas como hacen las subjetividades subalternas, y me remito de nuevo al audiovisual queer en nuestra visita al MNAC. Dialogar desde las minúsculas, caminar con las suelas de los pies y vivir un proceso artístico lento y pausado, que llegue donde vuelan los lazos de nuestra imaginación o las puntas de nuestro vello al erizarse. Nombrar lo íntimo, narrando desde nuestras lenguas y prestando atención a las emociones y afectos de todas las partes englobadas en este recorrido conjunto. Las mediadoras, internos, creadoras, miedos, maneras de hacer, coordinadoras, roles, educadoras, expectativas, vigilantes, voluntarias, técnicas, condiciones atmosféricas, normativas, bienes materiales, formas de hablar, lenguas, cuerpos, sudores y palpitaciones diversas que tienen mucho que decir con el tiempo, el espacio y la semiótica que definen las fronteras que se moldean aquí (Fares, 2010; Parramon y Porres, 2012).

 

 

Mi padre guarda el recuerdo de nuestro barrio, Ca n’anglada, de cuando era niño y lo describe como una meseta, rodeada de pendientes, dos rieras reseguidas por el terror de la riada del 62, que casi acaba con la vida de familiares. Del terreno agujereado al agujero social contemporáneo donde los orificios son demoliciones de bloques que permitan “oxigenar” las calles, donde los negocios locales permanecen cerrados mientras el capital inaugura las más grandes superficies de la ciudad. Donde, incluso ahora, la única calle comercial separa el sur, los hogares bajos de la anciana migración andaluza; del norte, bloques de pisos fabriles donde residen la mayor parte de la migración bereber. Un barrio minado de casas abandonadas, tapiadas, ocupadas, realquiladas. Un espacio fronterizo controlado sin duda por dispositivos específicos policiales, gestionado por servicios sociales específicos y descentralizados de la Administración municipal.

Por último, el orificio estrecho dibujado con espátula de la Fàbrica de Creació son las prácticas y la relación con Sílvia, mi compañera de máster. La asistencia a los seminarios de la UB, las pausas en la primera planta del edifici Florensa juntas, un origen compartido en la misma ciudad de Terrassa, sus primeros días en Roca Umbert, mis miles de mails enviados sin respuesta, mi interés en conocer su actividad y colaborar con ellas, el intercambio de Whatsapps para que Sílvia les comentara la propuesta, mi intento de que llegara otro correo electrónico a través de una amiga que es técnica en el Ayuntamiento de Granollers a la Regidora de Cultura y propusieran un encuentro a la Fàbrica, la apreciación suscitada tras el diálogo de Sílvia y Laia de Roca Umbert. Finalmente, nuestra reunión.

 

Para el Centre Penitenciari de Joves, sin duda, el campo de voluntariado es el orificio que me corporiza en su interior, circulando para después, libremente, salir gracias a la relación cercana con Servei Civil Internacional de Catalunya. Balanceándome entre estos dos territorios, la Asociación y el Centre, perdiendo la noción de las posiciones de cada una, fluctuando. En sus momentos, haciendo seguimiento del workcamp con el CPJ, ocupando a veces el rol de la promotora que insiste y ayuda al coordinador a mantenerlo activo, recordando las entregas y otros documentos, estrechando un agradable contacto. A la vez, respondiendo a la asociación, planteando una nueva organización de actividades, buscando la cooperación de otros agentes locales, visitando Roca Umbert, promoviendo el voluntariado de larga duración en ¡A la deriva!

Por otra parte, la historia del Museo nos remite al siglo XIX en que todas las naciones occidentales hacen proliferar la construcción de este tipo de espacios cívicos. Encargados de diseminar una cultura única a sus visitantes basada en una memoria histórica de nación, pretenden hacer de las ciudades “un lugar más civilizado, higiénico, moral y pacífico” (Duncan, 2007:96), marcadas por la supremacía blanca. Por ello que “controlar el museo signifique controlar una comunidad” (Duncan, 2007:24). Horadarlo, habitarlo, es la posibilidad de que la vivencia de estas comunidades entre, a través de sus orificios, desde otros ámbitos. Carol Duncan narra la evolución de los museos y, en especial, la aparición de los Departamentos de Educación ligados a mantener la apariencia de museo-democrático, una manera de hacer más creíble que son espacios públicos con subvenciones públicas y mirada integradora (2007). Rescato aquí el Espai educArt, señalado por el Departament d’Educació del MNAC, y la credencial de artista investigadora como mi vía de entrada, la posibilidad de pensar el espacio, una catapulta intensa a tantos otros lugares, un lugar de partida y de trazo de vectores dinámicos hacia otros territorios.