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CENTRE PENITENCIARI DE JOVES

 

 

FRONTERA JURÍDICA

 

 

La demarcación de los Estados nación democráticos contemporáneos produce el cuerpo de la ciudadanía que se percibe como titular de la soberanía (Kymlicka, 2006: 35 En Spíndola, 2016: 35). Foucault a esto lo denomina pueblo, que se corresponde con una lógica de amparo y asunción de derechos. La población, en cambio, es el objetivo a gobernar del poder biopolítico, ella debe ser estudiada, rastreada y analizada en grupos separados (Mezzadra, 2017). Cuanto más móvil sea esta población, como hemos visto con anterioridad en el caso de la condición migrante, más sofisticado será el despliegue de estos dispositivos de control. Por su parte, el sistema jurídico está diseñado “para que el individuo aprenda a usar correctamente los espacios, para que como ciudadano pleno pueda actuar dentro de los límites de la ley” (Zapata-Barrero, Pinyol, 2013: 30; en Spíndola, 2016: 28). Las fronteras como delimitaciones jurídicas implican la exclusión de los cuerpos que se alejan del centro de la legalidad, del espacio territorializado por el Estado nación.

 

           El Centre Penitenciari de Joves entró en funcionamiento en el 2008, tras quedar obsoleto su predecesor de 1983 en el barrio de la Trinitat de Barcelona. Con una capacidad para 388 plazas, acoge a jóvenes que el Estado identifica legalmente de género masculino y de entre 18 a 21 años. Según la propia información del Departament de Justícia, el Centre ofrece una arquitectura y funcionalidad menos rígida para potenciar la formación social, educativa, cultural, deportiva y medioambiental (Departament de Justícia, s.f.). Estos son los estratos de las mesetas que conforman su propia territorialidad.

 

           El espacio arquitectónico y discursivo de la prisión ha sido genealógicamente revisado por Foucault. En Vigilar y castigar (2009), el filósofo francés indaga cómo el desplazamiento de la pena del cuerpo al alma junto con la inserción del saber científico en el ámbito penal, suponen una nueva ordenación de las relaciones de poder. En el siglo XVI el castigo se materializaba como suplicio, pena corporal cuantificable, siguiendo un ritual de marcación de sobre la persona infractora, comparable nuevamente con los textos kafkianos. Los límites, las fronteras de lo legal, se configuran desde el estrato de lo político, entendiendo que lo quebrantado es la ley del monarca y, por lo tanto, su propia venganza restituirá toda soberanía lesionada. A partir del siglo XVIII, tuvo lugar el ocultamiento del castigo, que se seguirá ejerciendo a través del cuerpo, privándolo de derechos como la libertad. El propósito es el alma y por ello se juzgan las acciones, pero también las pasiones e instintos. La ejecución de las penas, gestionadas desde el ámbito administrativo, buscará la reforma y la corrección del individuo, ejerciendo sentencia sobre las prácticas no permitidas en el discurso y aquellas que no son útiles para el sistema de producción liberal. Esta lógica responde a una economía del poder para reprimir uniformemente sobre todo el cuerpo social, disminuyendo la arbitrariedad previa del soberano. La prisión será el proyecto institucional dirigido por el aparato administrativo que efectuará el castigo como ejercicio y aislamiento. El poder excluye, reprime y produce un individuo productivo. Para conseguirlo, los nuevos mecanismos del poder serán disciplinarios, “métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad” (Foucault, 2009: 141, en Álvarez-Villareal, 2009: 366). La prisión implica una vigilancia invisible constante, un sistema de funcionarios continuamente examinando y juzgando, lo cual obliga al trabajo rítmico en forma de ejercicio. Se constituye aquí un ritornelo penitenciario, un hábito del cuerpo que reterritorializa el sujeto, un nuevo “en-casa” acordonado por la cristalización de fronteras como muros de distanciamiento respecto de lo social. Precisamente, para Bordieu, el “habitus” son estos mecanismos de posesión y posición sobre el espacio y que producen territorio (1999: 12-14, en Spíndola, 2016: 29). El Estado nación creando barreras internas físicas sobre las relaciones sociales y materiales de la población. Además, el estilo carcelario, según van bosquejando las distintas publicaciones de Foucault, se extiende a otras instituciones nacionales como la escuela, las fábricas, los hospitales. Me hace pensar que esta suerte de mecanismos políticos que se despliegan sobre los sujetos en base a direccionalidades productivas del capital, del hacer el cuerpo-útil, pueden estar estrechamente vinculados a la dialéctica del territorio pieldemuseo, a las posicionalidades[1] de las escaleras del MNAC.

 

           En ese apartado, me planteaba por qué los sujetos-turista tenían agencia de cruce en el espacio fronterizo del Museo y si era porque tenían los mismos patrones que definían la frontera inscritos en sus cuerpos, que su lógica era consensuada con los estratos capital y cultural. Desde aquí, veo que el propio grabado sobre el alma y el cuerpo de las prácticas culturales y económicas, desarrollada en los espacios públicos estatales o aquellos ya privatizados por el neoliberalismo, acaban haciendo al sujeto. Así, se conforma, se modela, asume una nueva delimitación fronteriza, un “en-casa” hecho por el hábito, como los sujetos-internos del Centre Penitenciari, pero con la diferencia del derecho de libertad. La posibilidad de movimiento social libre, entre iguales, alejados de otros sujetos cercados por muros de hormigón. En cuanto la frontera del MNAC se vierte sobre lo exterior, las delimitaciones del CPJ se vuelcan sobre lo interior; espacio de entrada, pero de difícil salida. Sin olvidar, otra de las conexiones entre el espacio museístico y el penitenciario que aquí nos interesan en torno, con todas sus implicaciones, del panóptico de Bentham. Transitando con el paso del tiempo por múltiples evoluciones, la estructura de torre circular y elevada que permite vigilar cualquier movimiento que acontezca a su alrededor, gracias a los juegos de contraluz en la prisión, puede ser asociada a la presencia del Museo sobre la montaña de Montjuïc. La ritualidad se genera en torno a las fotografías en dos posiciones clave: desde abajo observando el Museo-panóptico o desde la baranda y de espaldas a la ciudad. La posibilidad de tránsito de la frontera del sujeto-turista junto con su admiración de la perspectiva elevada respecto a la metrópoli, efectúan un símil gracioso con la movilidad del cuerpo funcionario en la prisión y su trabajo de control y vigilancia. Como si el turismo de las experiencias se mezclara con la posibilidad de devenir parte de la estructura hegemónica, mirar desde dónde mira, situarse en ese ahí. Y si lo pueden es porque, en cierta manera, esos cuerpos ya están codificados según los límites de los mecanismos de poder. Por el contrario, lo que permanece, sedentario, entre los límites de la celda que miran al panóptico, entre los límites de las mantas que miran al Museo, son otro tipo de sujetos, en muchos casos migrados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Tomo aquí la posicionalidad entendida por Sheppard como “describir a entidades diferentes como se colocan con respecto a las demás en el espacio/tiempo” (Sheppard, 2002: 318; en Fares, 2010: 94).

CENTRE PENITENCIARI DE JOVES

 

 

PRIMEROS RASTROS

 

 

Hace ya seis años que comencé a participar en proyectos de educación no-formal a nivel internacional bajo programas subvencionados. El pasado verano tuve la posibilidad de co-coordinar un workcamp con Servei Civil Internacional de Catalunya, entidad que me ampara en el marco de prácticas de este máster, en el Centre Penitenciari de Joves (CPJ). Durante once días y con un grupo de doce personas provenientes de varios continentes, compartimos actividades de jardinería y team-building además de la hora de la comida con los jóvenes internos. La participación de los internos en el campo de trabajo es totalmente voluntaria. Normalmente se articulan dos grupos de unas 15 personas de diferentes módulos.

 

           Lo que más me impresionó fue que los momentos de la comida resultaron muy íntimos. Al fin y al cabo, su memoria estaba sumergida en olores y sabores de las recetas de sus casas o lugares de origen. Pero lo más importante es que todos agradecieron momentos calmados y serenos con las voluntarias, espacios para relajarse y, en sus propias palabras, estar como en familia. Continuar ofreciendo estos espacios, asimilándolo a reivindicaciones como las de Virginia Woolf en A Room for One’s Own (1929), que posteriormente ampliarán los debates post-feministas en el trabajo sobre la intimidad, es una tarea pendiente de la propia institución. Fruto de esta experiencia en el CPJ, en septiembre de 2019 planteé a SCI la posibilidad de abrir un voluntariado local anual. Recuperando el hilo y entusiasmo de ese momento, me pongo a colaborar con SCI en el marco de prácticas del máster.