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ROCA UMBERT

 

 

FRONTERAS IDENTITARIO-CULTURALES

 

 

Roca Umbert se autodefine como “un espai cultural en constant transformació, al servei dels processos creatius, la formació artística i el diàleg entre les arts, que avança cooperant amb el teixit econòmic emergent, sobretot amb la indústria audiovisual” (Roca Umbert, s.f.). Hay que tener en cuenta que su actividad “es va intensificant a mesura que avança també la rehabilitació de les naus” (Roca Umbert, s.f.). Haciendo hincapié, “[…] un laboratori més que un contenidor, que coopera amb el teixit econòmic i social de la ciutat de Granollers” (Roca Umbert, s.f.).

 

           Este posicionamiento transversal se autoafirma dentro de las acciones comunitarias locales, en un momento en que el capital privatiza la cultura para externalizarla y la educación mercantilizada se empapa de discursos de marketing sobre innovación (Vidiella, 2018). Para la pedagogía crítica, los procesos educativos implican una alta complejidad de agentes, espacios y prácticas que “generen models col·lectius de producció de sabers i accions polítiques i culturals articulades en xarxes per mitjà d’expertes locals [masculino en el original] i processos d’investigació i acció participativa” (Vidiella, 2018: 76). Su implicación crítica para con el poder la sitúa como acción que “ha de donar comptes dels relats i les històries de diversitat política, ètnica, cultural, de memòria social…” (Vidiella, 2018: 83). Hacer lo común partiendo de las fronteras preestablecidas por la identidad nacional en un proyecto de dominio de la diferencia, que la convierte en otredad subalterna (Giménez, Héau-Lambert, 2006: 43; en Spíndola, 2016) y establece jerarquías de subordinación frente a un “nosotros”. Lo que aquí entraña lo común es, sin embargo, precisamente la reapropiación de esa diferencia cultural entre el “Yo” y el “Otro” para “reivindicar sus derechos colectivos, transformando, en ambos casos a la cultura como una nueva narrativa de legitimización” (Grimson, 2000: 24; en Spíndola, 2016: 37). Desde la interculturalidad se efectúa un giro, mediante la traducción, sobre el binomio unión-separación que caracterizan a las fronteras en las múltiples disposiciones culturales, subjetivas y lingüísticas. Su la finalidad es la de reinventar el territorio, apropiándoselo a partir de habitarlo desde la resistencia al poder y con la intención de generar nuevas maneras de vivir. Así, la traducción en “su transposición política, no es una técnica organizativa dictada por líderes sino una práctica material forjada desde abajo y dentro de las luchas” (Mezzadra, 2017: 308). Mientras que el capital lo traduce todo a un lenguaje de valor, la traducción de lo común se sirve de las diferencias que, en cuanto barreras, atraviesan y dividen a los sujetos internamente, para salvar las distancias mediante puentes, filtros traductores semióticos (Fares, 2010) que crean un sujeto colectivo permanentemente abierto.

           

En estas prácticas de apertura y de traducción surge una figura del poder que no busca su legitimidad en los lenguajes de la inclusión y la exclusión […] el poder de un común que no viene dado por la naturaleza, la historia o la cultura, sino que debe ser políticamente inventado y reinventado. (Mezzadra, 2017: 311)

 

           Lo migrante se sitúa siempre desde aquí, en constante traducción, en tanteo de prácticas cooperativas, en organizaciones de lucha subversiva contra los canales de contención de las culturas dominantes, privilegiadas, que gobiernan las democracias pluralistas. Las políticas de lo común no deben leerse desde los posicionamientos de un mundo libre de fronteras, puesto que estas van a seguir atravesando e introduciendo diferencias, según anuncia la democracia radical de Chantal Mouffe (Laclau y Mouffe, 2001). Dado que el conflicto y la división son inherentes a la política, el consenso será necesariamente precipitado como actos de exclusión en que se logren acuerdos parciales y provisionales (Sánchez de Serdio, 2007). Las zonas fronterizas como espacios de contacto dialéctico y, en palabras de Benjamin, de “hibridación por excelencia, pero también de resistencia” (Spíndola, 2016: 42) siempre implican “relaciones conflictivas de negociación y cesión, donde se juega incluso la identidad” (Spíndola, 2016: 42). Dichas negociaciones van en búsqueda de un tercer lugar donde las posiciones previas serán revisadas, las fronteras con “F” y con “f” (Fares, 2010), en tanto que delimitaciones vivas que pueden engendrar un nuevo contexto asumiendo que el “territorio no es un dato, es una construcción cultural con un eje histórico, objeto de representaciones sociales” (Spíndola, 2016: 35). En consecuencia, el auténtico desafío de la frontera como dispositivo no es el de convertirse en una institución más blanda o democrática que garantice justicia, a sabiendas que en muchas ocasiones se hacen “más duras y más blandas al mismo tiempo” (Mezzadra, 2017: 317), dependiendo para quién. Por el contrario, el reto está en desvelar qué relaciones se constituyen y se reproducen a través de las fronteras.

 

           El sello de foránea, el de “la que no conoce el territorio”, no deja de interpelarme hasta aquí mismo, ahora; me enmarca fuera de mi normalidad. Con el resto de agentes con los que he entrado en contacto para proponer una colaboración, el Museo o el CPJ, nunca me he sentido cuestionada en términos identitarios, experimentando el privilegio de hablar y ser leída desde un cuerpo blanco, con estudios universitarios, con una credencial de acceso preferente y contrato laboral externalizado en la Administración Pública. Verme desprovista de mi forma de moverme en el contexto del mapa artístico-cultural catalán, algo que, sí que me ha pasado en otros entornos; me inquieta. Daba por hecho que era susceptible de ser incluida dentro del “nosotras”, sumarme a una mirada de confianza, en un marco artístico independiente como el de la Fàbrica de Creació. En cierto modo, doy por hecho muchas cosas con un condicionamiento altamente político. Y lo hago desde todos esos ejes de privilegio que conllevan una experiencia “normalizada”, motivo por el cual no me doy ni cuenta de que los gozo, los disfruto, los ejerzo (in)visiblemente. Creía que el marco cultural cooperante y en constante transformación serviría como puente y no como obstáculo. Esto me traslada a las conversaciones registradas en un primer vídeo de exploración en el MNAC, tras obtener la credencial de artista-investigadora. En el audiovisual con amistades queer y no binarias se discute sobre tener otro origen y ser reconocide como extranjere, señalade, al margen, habitando los límites de un “nosotres” que se ha construido en un lugar Otro. Me resbalo entre preguntas: ¿Qué está afuera y qué está adentro de Roca Umbert? ¿Qué implica sentirse “de fuera” en el marco de este proyecto? ¿Qué mecanismos son lícitos para alterar este orden? ¿La subversión es legítima si conlleva a ampliar el espectro del nosotres? ¿Puede la subversión conducir a un nosotres? ¿Sería mejor esperar y observar cómo funcionan los mecanismos de desterritorialización y reterritorialización para ver si el “nosotres” está deviniendo por alguna otra parte?

 

           Vuelvo sobre lo común, sobre la práctica de hibridación y traducción, sobre los mecanismos de desposesión y subordinación que acontecen en las fronteras y la necesidad de apropiarse de las maneras de hacer para generar nuevos hábitats. Reterritorialización, desde los márgenes, no dejando que lo colectivo y permanentemente abierto sea conquistable, colonizado. Sea el modo nómade esta oportunidad de transgredir los desplazamientos de inclusión y exclusión fronteriza, por cuanto esta figura es una “ficción política” en “constante desplazamiento y cuestiona las imposiciones físicas [restricciones] del espacio y del cuerpo” (Braidotti, 2000; en Spíndola, 2016: 46). El andar nómade permite “abrir posibilidades a la vida y al pensamiento” (Braidotti, 2000: 36) y disolver “la idea de centro […] la noción de sitios originarios o de identidades auténticas de cualquier tipo” (Braidotti, 2000: 31). Para Braidotti, lo nómade es un estado que no obliga el desplazamiento físico del hábitat pero que sí conlleva la “subversión de las convenciones establecidas” en su viaje (2000: 31). A lo que siguen Deleuze y Guattari que la nomadología hace la multiplicidad, conecta con el afuera, agencia, no imita nada, “otra manera de viajar y de moverse, partir en medio de, por el medio, entrar y salir, no empezar ni acabar” (Deleuze y Guattari, 2004:29).  Siguiendo sus pasos, lo nómade atraviesa el territorio, los transita todos detonando cohesiones y redes de intercambio, “not as one who is traveling between different points or toward destinations, but as one who relays between intermediate points” (Janz, 2002: 395). B. Janz (2002) no relaciona a lo nómade con la condición de migrante, como sí que hace Spíndola (2016). Ciertamente, la posición de nómade como sujeto que en su transitar se apropia del mundo y territorializa se aleja, acompañándome de B. Janz, del caminar direccional migrante, de un punto hacia el siguiente; aunque allí se establezca como subjetividad que desde la frontera construye identidades colectivas transculturales. En cambio, lo nómade se lanza sobre una trayectoria, “capaz de recrear el propio hogar en cualquier parte” (Villanueva, 2017: 23), no necesita orientarse entre puntos fijos y referenciales, “crea el desierto en la misma medida en que es creada [masculino en el original] por él” (Deleuze y Guattari, 2004: 382).

 

The nomad does not depart, does not want to depart, who clings to the smooth space left by the receding forest, where the steppe or the desert advances, and who invents nomadism as a response to this challenge. (Janz, 2002, 381)

One does not move to a dwelling but dwells by moving, that is, by transition from place to place within (or, again as) a region. (Janz, 2002: 395)

 

           Planteo aquí mi acercamiento a Roca Umbert como derivado del propio andar del Museo al CPJ, del CPJ a SCI de Catalunya, de ahí al CPJ de nuevo, rebotada al Museo, en el máster, de vuelta a Granollers, al lado de Sílvia en clase, de cara a la entrada de la Fàbrica de Creació, sentada en la silla teniendo una reunión. La exploración inicial de ¡A la deriva! se remitía solo al contexto del territorio de pieldemuseo. Los devenires me han llevado de frontera en frontera, a otro territorio, atravesándolos, agenciándolos, extrapolándolos, recorriéndome a mi misma en otros trazados territoriales; también ahí, haciendo rizoma. Sentada desde el borde, como ya en otras ocasiones, susurro: duduk di tepi. Hace ya dos años surgió, espontáneamente, en el devenir de mi vida en Indonesia, un proyecto de poesía colaborativa. Desde lo cotidiano de una tradición otra para mí, sentarse al borde de lo más íntimo para compartirlo con gente que acabas de conocer, atravesando culturalmente lo desconocido por la confianza de la amistad, de la familia; a quien, tras susurrar un secreto sincero a la oreja, permanece tranquila. Todas los anónimas tenemos cosas que compartir. Una manera de horadar la frontera, de no hablar de boundaries sino de frontiers, confines amplios desde los que poder vislumbrar lo común como algo abierto.

 

            Ahora puedo pensar el movimiento de exclusión de la Fàbrica como una resistencia local, tranquila, temerosa de las sacudidas externas del capital global. Afincada en descoser los propios remaches de otros territorios colindantes en su municipio para hacer rizoma, con una voluntad de desterritorializar y reterritorializar su “en-casa”. Sin embargo, también lo percibo como una enunciación disciplinaria emitida desde una posición de panóptico, vigilando los movimientos en sus fronteras, resguardando el territorio de la intrusión por parte de otras corporalidades ajenas a lo local(izable). Dejándome a mí sedentaria, como a los jóvenes del CPJ, como a las personas en condición de subjetividades migradas en el MNAC. Rechazando una abertura a otro tipo de territorios cercanos que ocupan el mismo espacio de Granollers, como es el CPJ, y estipulando condicionantes económicos y logísticos para colaborar con instituciones con quien ya había existido una relación, el MNAC.

 

ROCA UMBERT

 

 

DESDE YA, CASI, OTRO LUGAR; RETERRITORIALIZÁNDOSE

 

 

Como se puede leer en mi propuesta de intervención, una parte del proyecto era llegar a vincular a la Fàbrica de Creació local en Granollers para generar nuevas ramificaciones territoriales que hicieran perdurable el proyecto, más allá de la intensidad promovida por mi trabajo en colaboración con Servei Civil Internacional de Catalunya (SCI).

 

           Por otra parte, a partir de un seminario de la entidad EART con Aida Sánchez de Serdio, tomé como referencia el programa Transforma, una experiencia de formación de artistas en el Museo Reina Sofía, subvencionado con la cifra más que ambiciosa de 70.000 euros desde la Fundación Daniel y Nina Carasso. La propuesta que hace María Acaso, presidenta del Comité de Arte Ciudadano de la Fundación, es la siguiente:

 

Debemos crear la figura de la arteducadora [masculino en el original], una intelectual [masculino en el original] que trabaja en la intersección entre lo artístico y lo educativo, y donde ambas esferas se diluyen hasta borrar las fronteras de su definición. Una profesional [masculino en el original] que, tal como escribe Camnitzer, defiende el arte como un proceso pedagógico, y la pedagogía como un proceso artístico. Una profesional [masculino en el original] con un perfil híbrido que rompe con la bipolaridad de los estereotipos profesionales, que sitúan a artistas y educadores en esferas opuestas y, en muchas ocasiones, a la figura del artista por encima de la figura de la educadora [masculino en el original]. (2014, párr. 4)

 

           Mi mirada sobre los orificios y huecos, contraria a posicionamientos autorreferenciales por parte de las organizaciones (Parramon, 2018), consideró añadir una aproximación a lo pedagógico para las artistas en residencia. Si bien el CPJ y el Museo han ido incluyendo prácticas artísticas y pedagógicas, respectivamente, creo esencial el planteamiento educativo y de inclusión territorial por parte de las Fàbriques de Creació, donde un claro referente serían los programas de residencia de la Fabra i Coats en Barcelona.

 

           En mi contacto con Roca Umbert aspiraba a la creación de un vínculo fuerte. Envié varios mails que no tuvieron respuesta hasta que gracias a una compañera del máster que realiza prácticas en ese centro, Sílvia, logré concertar una reunión para exponer mis ideas y ver qué puntos en común sosteníamos. Mi vía de entrada, una posible línea de fuga que reterritorializase mis devenires con los de la Fàbrica.

 

           Las dos personas técnicas de gestión con quienes me senté en Roca Umbert fueron muy atentas. Al nombrar al MNAC, se interesaron aún más. Mis preguntas iniciales fueron genealógicas, se centraron en descubrir si había habido algún cruce de caminos entre el Centre Penitenciari i la Fàbrica de Creació, recorrer el rizoma. Puesto que se encontraban a no más de 20 minutos a pie, me resultaba algo lógico, factible. Se remontaron a un proyecto liderado por la fotógrafa Cristina Nuñez que conllevó una intervención compartida entre varios jóvenes que podían salir del centro con otros estudiantes de un Bachillerato artístico local, todo subvencionado por una beca de una entidad financiera. Las dificultades burocráticas y el funcionamiento interno casi hermético del CPJ, claramente justificado por la tipología de institución, entorpecieron mucho los movimientos durante el taller. Como consecuencia, la Fàbrica de Creació permanecía un tanto reticente a establecer nuevamente un vínculo por miedo a tener que volver a destinar tanta entrega a cada acción. Sin embargo, se podía percibir en el ambiente que la posibilidad de una mediadora con conocimiento del orden propio del Centre podría ser bienvenida. Esto me recuerda al planteamiento del programa En Residència que incluye la participación equipos de mediación, expertos en el desarrollo de procesos creativos en un contexto educativo formal.

 

           El momento decisivo de la reunión fue cuando me preguntaron sobre el financiamiento de la actividad. Dado que fue y sigue siendo una propuesta desarrollada incipientemente en un contexto de prácticas, que articula diferentes agentes que no compartían praxis previas de forma regularizada, no se ha visto asociado ningún tipo de financiamiento hasta el momento. Este es un punto de impotencia muy interesante que rescato en mi entrevista con Cristina Nuñez.

 

           Las negociaciones con Roca Umbert acabaron perfilando la idea de que enviarían el proyecto a las artistas en residencia del momento para ver si, voluntariamente, querrían adherirse a la iniciativa. Por otro lado, aseguraron que el desarrollo de actividades artísticas con el CPJ debería ser un elemento a reconsiderar por su parte, que lo analizarían de cara al futuro y según mis percepciones, a nivel interno.

 

           Recupero con intensidad el recuerdo del apelativo que me lanzó al aire la responsable de gestión interna una vez puestas sobre la mesa las condiciones materiales de la intervención, posiblemente para marcar distancias: “las personas que vienen de fuera y no conocen el territorio”.

 

¡Zas! ¡Un límite! Casi deseándolo.